"El nuevo papa es argentino", noticia que rápidamente invadió las calles y se apoderó de los hashtags de la red, mantenía mi mente ocupada en ese momento, algo fuera de lo normal en mi. Atravesaba plaza Italia y pensaba en Bergoglio, festejando, Fer-cola de por medio, en la suite papal con la casaca del Beto Acosta y bailando "el federal". Que bien la debe estar pasando... y lo bien que la va a pasar. Debe tener un harem de pibes onda justin bieber que le soban la verga todo el día mientras se morfa un paquete de ostias untadas en queso de cabra y escucha David Bowie. "Like a pope".
La inestabilidad es algo que nos caracteriza como seres humanos, y mientras gambeteaba media docena de peatones incoherentes recordaba esos días en los que yo tampoco tuve prisa por llegar, ya estaba ahí. Por un momento en mi vida, la llegada dejó su maratónica carrera existencial, y compartió conmigo un momento de descanso, me sentí un ganador. Otra media docena, esta vez de churros de chocolate rellenos de dulce de leche acompañaban un café excepcional para saciar el más intenso de los bajones en una tarde de octubre, tan solo un año atrás.
Lo que me lleva a pensar que la felicidad es solo el viaje y su encanto antinatural, refractario a la normalidad que nos embelesa por corto tiempo, antes de dejarnos caer en la realidad.
Tratare de llevar a cabo la meta que me propuse de eyectar un delirio por semana, si me dan las ganas, y en lo posible de no aumentar este nivel de mediocridad.
Como dice mi abuelo: "Arriba la vagancia, arriba la sustancia", este ejemplar se retira a polillar.